Por Rafael Rodríguez Díez
Hijo adoptivo y circunstancial de la mixtura previa de dos culturas, atlántica y caribeña, arribó a Galicia de la mano benefactora de Don Manuel Vega Rodríguez, industrial gallego y su esposa Hilda Rosa Vázquez, hermosa dominicana de quienes se declara en permanente deuda de gratitud. De una vocación pictórica tardía y comienzos prácticamente autodidactas, Frank Romano eligió el espacio galaico para desarrollar plenamente su visión cósmica de la vida expresando a través de la pintura su más entrañable universo conceptual. Y aquí lo tenemos por fin, exponiendo en el viejo mundo para contribuir con sus propuestas al divertimento de nuestra fantasía desde miradas insólitas y en ocasiones difusas hasta lo tenue.
Es portador de un mensaje claro y recurrente: su visión antropocéntrica del universo y entender la vida misma, en todas sus manifestaciones, como elemento aglutinador de todo lo enérgico y como tal, generador de caminos. Y precisamente a través de ellos nos guía en este poliedro abstracto de vitales criaturas, que comunican desde el susurro o gestos a casi cínicos o hipócritas enfoques de la realidad de algunos de sus personajes. Entiende, desde ese trance casi místico en el que confiesa sentirse durante su proceso creativo, de lo perecedero de la vanidad, los deseos íntimos que emergen, la convivencia de la fauna en ámbitos diversos, de la particular naturaleza misma, en fin, que nutre sus elocuentes raíces de veedor inocente y estupefacto.