Recuerdo tus espaldas,
que como hermosas praderas
se extendían angelicales,
desde el oriente de tu cabeza
hasta el poniente de tus glúteos.
Recuerdo tus vértebras y tus costillas,
que como fornidos árboles
dentro del engranaje de tu hermosa
y suave piel,
se constituían para mi,
en plácido lecho, donde yo descansaba
como guerrero feliz,
al terminar de ejecutar con éxito,
una batalla más dentro de la guerra
pacífica y placentera del amor.