Por Cayo Claudio Espinal
REMINISCENCIA es el título que da a su primera exposición de pintura, el pintor autodidacta FRANK ROMANO. Nos llama la atención este título, al comenzar el juicio acerca de su exposición, porque es curioso que éste halla encontrado en la reminiscencia, sujeta a la memoria y al pasado, el eje central y abarcador de toda su temática, que más bien parece contradecir el tiempo o deambular de un espacio a otro del mismo, en las regiones de la fantasía, hablándonos, incluso, de su propio futuro; decimos esto porque quizás su discurso pictórico esté realmente centrado en lo intemporal, y el pintor nos presenta la elocuencia de los atisbos de aquello que siempre ha ocurrido y ocurrirá, pues su reminiscencia parece estar constituida por el concepto platónico, que supone al sujeto de cualquier tiempo con capacidad de traer a nuestra presencia, de manera natural, un conocimiento antiguo, perfecto y desconocido, con el cual, simultáneamente, y misteriosamente, el sujeto receptor se hace histórico, al revelar el conocimiento de nadie, del cual siempre hemos tenido necesidad, y cuyo destino parece estar centrado únicamente en el futuro.
Esta pintura nos mueve igualmente a muchas interrogantes sobre el trance a que ha sido sometido el espacio propio del pintor.
Vayamos ahora a revisar algunos de los elementos que ha utilizado FRANK ROMANO para constituir su expresión reminiscente : Vemos en sus cuadros un mundo de permanente infancia, su pincel ha tomado la seriedad del inocente para traernos la fuerza. En el centro de una de las pinturas el personaje con cabeza de luz mira la noche como un camino más, lo cubre una levita de color inusual y su pantalón azul está azotado por la intemperie, a su lado el mundo se desvanece con rasgos abstraccionistas o expresionistas, o surge con escalas inusitadas. En otra pintura asoma el pez-hoja, factura violenta que tiene en el centro las mieles de una luminosa sandía.
En otro cuadro la hoja se encuentra a punto de convertirse en nube, y un pájaro ya ha tomado la decisión de convertirse en la mitad de una abeja; en otro, un pez con patas parece hacer caminar el cuadro completo, pues tiene en su lomo incandescentes azules y constelada nocturnidad; también encontramos la flauta que cambia a gusano, a túnel, o pasa a ser un magnífico aposento de la luz, hogar en el cual nadie ha cerrado todavía las ventanas de par en par de sus orificios acústicos. El camino-arcoiris es también una culebra, o ese mismo arcoiris, ya bestializado, asume la figuración de animal-camino, para completar otro ritmo visual del caudal de metáforas que nos entrega el pintor.
Es necesario decir aquí que FRANK ROMANO no hace una pintura comercial, acomodaticia o banal, sino que, con sus modestos pero sensibles recursos ha logrado incluso colocar al hombre como testigo de la historia, en planos donde flota a la vez el referente taíno, africano y extraterreno, el símbolo en estado puro, o la simple cotidianidad y sus discretos elementos que él ha transformado hasta el colmo de lo sugerente, colocando al hombre como habitante de una floresta fantástica, poblada de extraños senderos, imagen de lo difícil, del hombre enfrentado con su porvenir, hasta entregarnos una pintura ingenua que hace una ofrenda a la trascendencia.
Este trabajo inicial de FRANK ROMANO merece ser estimulado, todos sus hermanos artistas, que vemos en él a un hombre sano, cuya alegría personal contradice de manera permanente la hostil y opresiva realidad que sufren los artistas e intelectuales, esperamos con atención la continuidad de su trabajo artístico futuro, y apostamos al desarrollo de su promisoria profundidad.