Recuerdo aquella primera vez,
que con mis sutiles manos,
quité los textiles que cubrían
tu hermoso y divino cuerpo.
Aquella obra viva, aquella obra
perfecta, aquella tierra morena
con sus entrañas rojas;
con sus manantiales de leche y miel;
néctares sublimes que succioné
feliz y ávido, como sumiso
esclavo de tu amor.